Consigna diecisiete alfa Reescribir esta historia (EL ENCUENTRO Cuento de la dinastía T’ang, adaptación) comenzando por el final y reconstruirla seleccionando una serie de escenas claves que se narren repetidamente desde diversas perspectivas, tal como hace Faulkner en Mientras agonizo y Absalon, Absalon! (Extensión máxima: 3 páginas).
Atrás habían quedado los días del exilio, los días del desencuentro. Los días de la congoja diaria en Szechuen. Los días en que Ch’ienniang lloraba por las noches, a escondidas, tímidamente, para que su marido e hijos no la vieran llorar por su padre en la lejana Szechuen. Ahora todo era felicidad y armonía.
El exilio había quedado atrás hacía tiempo y los días del desencuentro eran parte del pasado. Pero hubo una época en que todo había sido distinto.Una época en queel dolor había dejado en cama a Ch’ienniang. Y su padre, Chag Yi, en el fondo, sabía muy bien el origen de esa repentina enfermedad. Esa enfermedad que, aparentemente, no tenía cura para los médicos y que la había dejado postrada en la cama durante mucho tiempo. Todo había empezado el día en que Wang Chu se había marchado del pueblo. Esa misma noche había caído enferma, presa de un sopor extraño. Y Chag Yi, lo sabía bien. Por eso lloraba en la noche, en su cuarto, a escondidas.
El desencuentro había terminado hacía tiempo.PeroWang Chu todavía recordaba aquella noche, la noche donde todo había comenzado. Después de escuchar los designios del Sr. Chag Yi respecto de Ch’ienniang, había decidido irse, alejarse del pueblo. Había decidido irse en barco a Szechuen, una lejana ciudad. Un forzado exilio donde intentaría sobrevivir al dolor y a la frustración. Claro que recordaba los llantos por la noche en el barco, a escondidas de los otros pasajeros. Pero cuando Ch’ienniang apareció súbitamente a bordo, todo cambió. Se inició una época de felicidad. Pero como siempre pasa, una pequeña sombra oscurecía esa armonía familiar. No es que fuera algo ostentoso, sino más bien algo muy tenue y sutil. Veía que Ch’ienniang a veces se sumía en largas cavilaciones y después se encerraba en el cuarto. Y el temor de que hubiera otro hombre se apoderó de él hasta el día en que ella, llorando, le confesó los motivos de sus desvelos: quería volver a ver a su padre, a aquel hombre duro a quien había abandonado por amor. Seguramente seguiría enojado con ella por su huida. Pero había pasado mucho tiempo de eso.
La vuelta al pueblo había sido rara, Wang Chu recordaba la llegada al puerto. Principalmente su temor al ir a ver al padre de su esposa. Por eso, cuando lo vio a lo lejos, en señal de clara muestra de respeto, se arrodilló ante él. Ensayó excusas y pidió perdón por lo que había pasado.
El padre, sumamente sorprendido, le dijo que se equivocaba y que Ch’ienniang yacía en cama desde hacía cinco años. Wang Chu, a su vez, le dijo que no era así, que su hija, su esposa, estaba en el barco, ansiosa de verlo.
Así fue como Ch’ienniang se levantó de la cama y se dirigió al barco donde finalmente pudo encontrarse con ella. Se abrazaron y desde ahí en adelante fueron una sola.
El desencuentro había terminado. El exilio era cosa del pasado.
Consigna diecisiete beta Amplificar las dos historias y contarlas según la técnica temporal de la “alternancia” de modo tal que cada una de ellas desarrolle una de las versiones del sueño Chaung Tzu. (Extensión máxima: 2 carillas).
El sueño lo alcanzó rápido, casi sin darse cuenta. A pesar de la estrechez de su celda, Chuang Tzu dormía plácidamente. Cualquiera que lo viera pensaría que estaba durmiendo en medio del bosque.
El viento golpeaba sus alas mientras estaba posada en un ciruelo en flor. Finalmente la primavera se había despertado, después de un largo invierno. Había varias mariposas volando por el jardín con ella. Ella era una más, pero sus colores, especialmente el naranja, destacaban sobre las otras.
Finalmente se despertó. El sueño había quedado atrás y había vuelto a su realidad. Mientras volaba por el jardín le iban llegando una a una las imágenes de lo vivido. En realidad, eran retazos del sueño. Veía o creía recordar haber visto un espacio reducido, húmedo y con unos barrotes amenazantes en la única ventana de la pequeña estancia.
Mientras se despertaba, Chuang Tzu sintió el viento golpeándolo como si lo hubiera vivido, como si hubiera estado realmente volando sobre un parque inmenso, con un estanque en el medio. Atrás había quedado ese paisaje idílico y su vuelo de mariposa; ahora volvía a su triste realidad de presidiario.
Consigna diecisiete gama El texto leído es una adaptación de los fragmentos finales de “La marca de nacimiento” de Nathaniel Hawthorne. A partir de esta escena final imaginar los antecedentes del suceso y escribir un racconto. (Extensión máxima: 2 carillas).
Nadie sabía bien por qué Georgiana tenía esa marca de nacimiento en la cara. Era como una Mano Carmesí. Los más viejos de la familia no recordaban a nadie que la hubiera tenido o, mejor dicho, que la hubiera padecido antes que ella. Era una marca, un estigma, que le cruzaba la mejilla y que le provocaba intensos dolores. Georgiana los había descripto como dolores lancinantes, insoportables. Alguien había insinuado que era una maldición, un maleficio caído sobre Georgiana en castigo de los pecados de sus padres.
Algún tiempo atrás, Aylmer, su esposo, había hablado con un alquimista y le había contado la situación de Georgiana. El alquimista le había dado algunas instrucciones sobre cómo hacer un remedio que, tal vez, pudiera curar a su esposa. Le había dicho que era un caso muy raro, pero que había leído en un tratado medieval que el arsénico, dado en soluciones bajas, podía curar ese tipo de erisipelas.
Aylmer se había pasado los últimos meses trabajando en el remedio. Días enteros encerrado en su improvisado laboratorio, leyendo y probando distintas diluciones de arsénico. Finalmente había llegado el día en que creía haber encontrado la dosis justa de dilución. Y así se lo había dicho a Georgiana. Esta, llena de júbilo, le dijo a su esposo que estaba lista para el tratamiento.
Ese día, mientras Georgiana estaba acostada en la cama matrimonial, Aylmer le había suministrado la droga. Georgiana había caído inmediatamente en un sueño o sopor. Aylmer había previsto esta circunstancia. Era parte de las consecuencias lógicas de la ingesta de arsénico.
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Octubre, 2023. Todos los derechos reservados por su autor
Nota: las correcciones finales de los textos estuvieron a cargo de su autor.