Dulce como la canela –Cuentos del sur– es la primera antología de narraciones para la infancia que escribe y edita Susana García Amor. La génesis tuvo un objetivo claro, que cuentos, poemas y haikus se convirtieran en un libro dedicado a su nieta, Canela.
Susana vive en San Carlos de Bariloche. Es de esas mujeres tan potentes y tan inmensas que se asemejan al paisaje de su entorno, nada es disonante en ella, todo es calma y sabiduría. Más de dos años de trabajo juntas ha sido un espacio de remanso para mí, porque todo lo oscuro ella lo transforma en luminosidad y energía positiva, aún cuando todo se presente difícil en el universo de las emociones o en lo cotidiano. Confió en mí durante todo el proceso que ocupó mi tutoría de su obra, desde la escritura inicial hasta su egreso de la imprenta rumbo a Bariloche. Prueba de su confianza es, por un lado, sus líneas manuscritas en el ejemplar que guardo amorosamente en la biblioteca más próxima a mi escritorio de trabajo: «A Patricia. Brújula en mi escritura. Noble guardiana de este proyecto»; y, por el otro, las líneas impresas en el libro con su agradecimiento: «A Patricia, mi profesora y tutora en esta gestación literaria, que ha sabido asomarse sigilosa, adivinando mis emociones más profundas, más allá de lo literario o lo didáctico. Ella me enseñó y me abrazó en este proyecto, que es vida acontecida, luz y fortaleza». Imposible me será retribuirle tanta generosidad hacia mí.
Pensé todos estos días que si me pidieran que con pocas palabras defina la literatura de Susana, no dudaría en afirmar que son letras del sosiego. Se siente sosiego mientras se leen los cuentos, los poemas y los haikus de la antología. Con un estilo que no es desde la adultez adusta, sino la mirada de las cosas acaso como afirmaba Nietzsche que debía convertirse el nuevo hombre, «la madurez del hombre adulto significa haber encontrado la seriedad que de niño tenía al jugar». Así son las lecturas de Dulce como la canela, un juego permanente en el que nunca encontraremos estereotipos del género infantil, sino que tenemos hormiguitas que tejen, en lugar de arañas que lo hacen; un zorrito hervíboro llamado Naranjo que recorre los senderos al pie de las montañas, se baña en el lago y convive en la Comarca andina con el resto de los animalitos; una ñuke ñarki que lame con delicadeza los ojos todavía cerrados de sus gatitos recién nacidos; Wama y Nehuel, dos polluelos de cóndores que habitan el Cerro Ventana; una jirafa cuyo pelo es un abrigo de colores y que corre carreras aunque le dé modorra hacerlo; islas de agua que se forman con las gotas de lluvia y que quedan suspendidas en las hojas antes de que llegue el otoño; la bella Küyen, personificación de la luna para los mapuches, a la que se le cayó un ovillo de lana en la silla de una mujer de manos virtuosas que tejerá un sombrero para ti kiku; bandurrias que cruzan el cielo, y en las fiestas de Navidad visitan las ventanas del poblado y las picotean todas al mismo tiempo, semejanza de una melodía de villancico; la primavera que trae consigo el crecimiento de la flor amancay al costado de los caminos, entre las piedras de los arroyos, bajo el aliwen y al pie de las lengas. Y así un total de veintiséis narraciones, en las que en sus páginas impresas se omitieron deliberadamente los folios, con el fin de que el libro sea abierto al azar para una lectura aleatoria.
Susana, cuentacuentos de Canela y de todos los niños y niñas que abren su libro, no solo produjo la escritura literaria, sino que acompañó varias de sus narraciones con pinturas naif que ella misma realizó; las restantes ilustraciones estuvieron a cargo de Guadalupe Vallejos, quien también vive en Bariloche y fue una «amorosa observadora de la vida de los personajes, de sus historias», escribe Susana en sus agradecimientos. A lo que agrego que el trabajo de Guada fue de sumo respeto estético: nunca las ilustraciones se superponen, pisan o invaden un texto, sino que lo acompañan.
Proseguiría esta nota varias páginas más, advierto que me falta mucho por decir, pero en algún momento debo poner un cierre. Ahora yo también suelto el libro, que recorra cada casa de niños y niñas y toque su propia música, igual que lo hacen las bandurrias en Dulce como la canela.
@Licenciada Patricia Tarallo
La Argamasa, octubre 2021