«A todas luces, la máquina de escribir no era simplemente una máquina sin alma: tenía una personalidad que se podía querer, valorar, injuriar o asesinar. Muchos escritores trataban a sus máquinas como seres vivos; tal es el caso de Paul Auster que se refería a su Olympia como a un ser frágil y sensible».
La máquina de escribir no fue sólo la compañera inseparable de los escritores. También influyó en las obras que produjeron. ¿De qué modo? Conminándolos a la precisión que hoy no exigen las computadoras por el simple hecho de que borrar y volver a escribir es tan sencillo que no vale la pena tomar recaudos previos acerca de si lo que se va a escribir es, realmente, lo que se quiere escribir. «Sin la comodidad de eliminar un error de forma manual y en el acto, y sin el lujo de la tecla para borrar, la máquina de escribir fomentaba la disciplina del autor e incluso la mezquindad con las palabras, puesto que la revisión sólo sería posible una vez que el texto volviera a redactarse por completo».
Fuente: EL SIGLO DE LA MÁQUINA DE ESCRIBIR, Martyn Lyons.
©Patricia Tarallo, septiembre 2023
La Argamasa, taller de escritura literaria a distancia