Consigna uno Escribir dos nuevas variaciones para agregar a las que fueron transcriptas en el inicio de este módulo, respetando el argumento mínimo de alguno de esos textos.
Variación uno
El 39
Uf, ¿cómo estás? ¿cómo te fue en tu día, mi amor? Yo, más o menos. Sigo un poco nervioso. Te cuento lo que me pasó. Era la parte más jodida del recorrido: el microcentro. Vos sabés que es complicada esa parte y más un viernes lluvioso: pasajeros mojados, chorreando, cansados. Llegué a Corrientes y Talcahuano después de las tres de la tarde. Hasta ahí todo bien. Había una señora mayor, de setenta y largos, que estaba sentada en el primer asiento, con una camisa floreada. No sé pero me pareció rara, miraba todo el tiempo para atrás, como si tuviera miedo. También me llamó la atención un tipo del fondo que tenía facha de milico o de cana. Yo lo veía por el espejo. Parecía relojear a la vieja del primer asiento, como si la vigilara. Se hacía el distraído, pero estoy seguro que miraba a la vieja; no soy boludo, llevo muchos años laburando como colectivero.
Como te decía, cuando llegamos a la parada de Corrientes y Talcahuano había mucha gente esperando en la fila para subir. Es una parada de mierda, porque la gente tarda en subir y en bajar. Lo raro es esto: salió una mina del bar que está frente a la parada. Me acuerdo que tenía un vestido de flores y zapatos rojos de tacón. Después fichó para todos lados y se subió al bondi. No respetó la cola, ni nada. Creo que alguna persona de la fila la puteó; ella se hizo la boluda y subió como si nada. Cuando estaba arrancando salió primero un tipo con un diario en la mano y después un mozo del bar. Para mí que la mina se había ido sin pagar o le había choreado al tipo del diario. El boludo del mozo se patinó y se pegó un porrazo bárbaro. Yo seguí con mi recorrido. La mina del vestido floreado se subió y se fue para el medio del colectivo. Ahí me di cuenta de que las flores de su vestido eran iguales a las flores de la camisa de la vieja de la primera fila. Raro. Me parece que la vieja del primer asiento y la mina del vestido de flores se conocían, no sé… El tipo del fondo ‒que parecía milico o cana‒ se puso más nervioso cuando subió la mina del vestido de flores. ¿Podés creer que los tres se bajaron en la misma parada? Raro. Tal vez el tipo era de los servicios y las dos minas eran chorras o algo así. Me llamó la atención que bajaron todos en la misma parada ¿Qué pasó antes, en el bar, no lo sé? ¿Se conocían? ¿Vos qué pensás?
Variación dos
La confesión
La verdad que me cansé de ocultar las cosas que hice, mejor dicho las cosas que la “sociedad” me hizo hacer. Y hablo en pasado porque hace dos días, después de un episodio en un bar del microcentro, decidí huir. Omito cualquier dato que pueda servir para encontrarme. Los miembros de la “sociedad” podrían rastrearme y la deserción se castiga con una única pena: la muerte. Igualmente ya no estoy en Capital Federal, ni siquiera estoy en Argentina.
Voy a empezar a hablar de mi último trabajo para la “sociedad”. Les voy a contar lo que pasó ese día, mi “último día”. Eran las tres de la tarde y lloviznaba. Estaba sentado en un bar de Corrientes y Talcahuano tomando un café y haciéndome el que leía un diario. En realidad, estaba esperando el “objetivo” que me habían dado. En este caso, según los datos que me habían suministrado, se trataba de una mujer de 30 años, que iba a ir con un vestido de flores y zapatos de tacones rojos. Inconfundible. Me habían informado que hacía dos meses se había escapado de la “sociedad” en medio de un operativo. Finalmente, tras varios intentos fallidos, consiguieron ubicarla y citarla en ese bar bajo engaño.
Llegó a la hora acordada. Vestía tal y como me habían dicho. Cuando se sentó me fijé en sus tobillos para ver si tenía el tatuaje de la “sociedad”. Ahí estaba. De repente llegó un tipo y se sentó en su mesa. Se conocían. Me di cuenta que también era de la “sociedad” y que le decía que la estaban buscando. Me pareció que le preguntaba si estaba segura de querer seguir adelante con su huida. Ella lo miró y le dijo que sí, con una fuerza arrolladora. Esa palabra y esas ganas de vivir, me desconcertaron. Después de eso, la mujer se levantó y salió del bar. Yo salí detrás de ella, desesperado, pero la perdí. Creo que subió a un colectivo de la línea 39. Volví al bar, me senté y me dije a mí mismo que no quería hacer más eso. Esos ojos y esa convicción para vivir… Ahí tomé la decisión de salirme, de abandonar la “sociedad” para siempre. Gracias a la chica del vestido floreado. Le debo la vida.
Consigna dos beta Consigna dos beta: Escribir un texto breve a partir de una frase críptica (una fórmula mágica, oracular o mística; un hechizo; un trabalenguas, una adivinanza o acertijo; un nombre secreto; una orden encubierta; una fórmula científica arrancada de su contexto para hacerla circular en otro; una fórmula que selle un pacto; un réquiem; una frase inscripta en una cripta o tumba; un canto popular infantil que haya perdido su significación inmediata; un palíndromo (frase que puede ser leída de derecha a izquierda o de izquierda a derecha y mantiene los mismos sonidos, por ej.: “¿Sanatas a satanás?”).
Hombres de hoy, niños de ayer
R. F. espera agazapado el momento oportuno. Está parado contra la pared y disimula sus intenciones mirando su teléfono celular. Es el mediodía en la ciudad de Buenos Aires. Un día oscuro y gris de junio. Mira de vez en cuando la puerta del colegio haciéndose el distraído. Sabe que falta poco para la salida de los alumnos y que tiene que estar preparado, no puede perder tiempo. La escuela José Hernández es un colegio público con chicos mayormente pobres, marginales, vecinos de la villa 50, uno de los “grandes focos de delincuencia” de la ciudad, según afirman algunos programas televisivos con una prognosis sorprendente. R.F. piensa que sus pronósticos son acertados.
La gente pasa distraídamente por la puerta del colegio. Es un día más en la ciudad. Quizás solo desentone esa llovizna pertinaz que castiga sin clemencia. Mejor, piensa R. F. Buen augurio el de la lluvia. Poca gente en la calle. De a poco, como con timidez, empiezan a llegar algunos padres a la puerta del colegio. Sabe que tiene que tener cuidado, porque los detalles, por más nimios que sean, marcan la diferencia. Por eso es importante la elección: algún niño solo, alguien a quien no esperen en la puerta del colegio, otro que se vuelva caminando a su casa en soledad.
Niños que salen de la escuela. Gritos, corridas, juegos, peleas y risas. Todas cosas de niños. Pero R. F. no lo ve así; no puede verlo así. Él ve otra cosa, ve más allá. Como un depredador cruza sigilosamente la calle. Sabe lo que hace. Inclina un poco el paraguas para que su cara quede oculta de las miradas curiosas. Se acerca lentamente aguzando los sentidos y dejando que su intuición lo guíe. Siente una inyección de adrenalina en el cuerpo, esa sensación que ya conoce y que alcanza su clímax cuando todo termina. Por fin encuentra lo que busca, ahí está: un niño de unos once años se despide de sus compañeros y empieza a caminar en dirección a la villa 50. R. F. empieza a seguirlo con el convencimiento de quien está cumpliendo un gran deber cívico.
Copyright©Alejandro
Febrero, 2023. Todos los derechos reservados por su autor
Nota: las correcciones finales de los textos estuvieron a cargo de su autor.